«Todos tenemos dos vidas:
la verdadera, que es la que soñamos en la infancia
y que continuamos soñando, adultos, en un substrato de niebla;
la falsa, que es la que vivimos en convivencia con otros,
que es la práctica, la útil,
aquélla en la que acaban por meternos en un cajón.
En la otra no hay cajones ni muertes,
sólo hay ilustraciones de la infancia:
grandes libros coloreados, para ver y no leer;
grandes páginas de colores para recordar más tarde.
En la otra somos nosotros,
en la otra vivimos.»
Fernado Pessoa.
Este fragmento es casi casi mi slogan, mi mantra, mi estandarte, mi filosofía de vida, aunque alguien lo pueda leer en otro contexto, el día que leí esa frase me cambió la forma de pensar o se desbloqueó algo en mi mentalidad, en ese entonces trabajaba en una oficina y aunque no me entusiasmaba la idea de ver mi vida pasar en esos edificios, entre buscar constantemente contratos, caerle bien a los delegados, sindicatos, escritorios, papeles, horarios establecidos, rutinas repetitivas, etc. me proporcionaba el recurso para viajar un poco y tomar algunos cursos de dibujo y pintura, algo que siempre me gustó desde niña.
La cita estaba pegada en la pared de una exhibición de un artista local en Queretaro, sus obras reflejaban dibujos y colores infantiles, «La remolacha» era el nombre, después lo seguí en instagram, esa frase era lo que necesitaba para dejar de buscarme afuera una vida de adulto, y regresar a mi interior para saber quien era yo y que quería y que no quería hacer con mi vida, de hecho ese viaje a Queretaro fue por ir a ver Kabah y Ov7 de mis grupos favoritos de la infancia, una compañera de edad avanzada me dijo «como que te vas? no te van a pagar todo el fin de semana!, te va a descontar mucho», no importa si perdí dos días de sueldo, no me he arrepentido a la fecha y creo que nunca va a pasar.
Cuando era niña, jugaba con Barbies, muñecos bebé, cocinas para niñas, casitas de muñecas, accesorios de juguete, quería todos los electrodomésticos que veía en los comerciales, todos los juguetes para niños simulando la vida adulta que veía en los folletos de Toys R Us, pero también me emocionaba con los libros de colorear, los plumones, los crayones, el glitter, la pintura, dibujar, imaginar mundos, libros de cuentos, si era sobre aventuras y viajes mejor, ver fotografías de paisajes en las revistas, las paletas de color en general, los cuadernos de hojas blancas, los lápices, plumas de colores, gises, etc. todos los recursos que me permitieran crear algo, y eso último nunca se fué de mi.
La infancia es una etapa super interesante, es la época donde somos mas libres de ser nosotros mismos, somos nuestro YO de la forma mas pura, vemos el mundo de una forma práctica, sin un «No se puede», sin prejuicios, todo es posible, nuestra lógica muchas veces es ilógica, pero es práctica, sin filtros.
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Recuerdo muchos pensamientos que tenía, que para mi eran lo más lógico, por ejemplo, cuando veía las películas o fotos en blanco y negro, yo pensaba que en esos tiempos no existían los colores en la vida real, creía que la vida era en sepia o escalas de grises. Lo que no veía no existía, solo lo que estaba en mi campo de visión era visible, conforme movía mi vista se iba desvaneciendo en una oscuridad lo que quedaba fuera de mis ojos. La transición del día y la noche ocurrían sin degradación, como lo plasmé en una de mis pinturas.
Olores que me dan un viaje al pasado como el olor a crayolas!!, el resistol (no me dopé! jaja), el Play Doh pfff!!, el hule de las loncheras, recuerdo que tenía una bolsa de plástico transparente de Los Simpsons donde me ponían un jugo frutsi, unos rancheritos y unas barritas marinela.
Después de la escuela, en verano llegar acalorada a la casa, mi abuelita esperándome con limonada fría, macarrones con queso y milanesa empanizada con ketchup, quitarme el jumper del uniforme, para quedarme con la camisa blanca y el short para comer mientras veía toda la programación de Nickelodeon de los 90’s.
Además recuerdo haber comprado mis primeros Prismacolor a base de vender dibujos hechos y coloreados por mi en mi salón de clases, a $1.
Si vivir parecía fácil y divertido, por qué tendría que dejar de serlo?
Por qué dejar de hacer cosas que nos hacían felices?
Espero que los prejuicios, pretensiones, e inseguridades mentales de «la vida adulta» no te hayan quitado esa magia infantil para disfrutar la vida, para hacer lo que te gusta, tomar una siesta, bañarte en la lluvia, disfrutar también los lunes como los viernes, asistir a un concierto de ese artista que te gustaba en la infancia, hacer un viaje a ese lugar que soñabas con conocer, aprender a tocar un instrumento, escribir una poesía aunque esté mal escrita, hacer una pintura, tomar fotos, bailar, leer un cuento, hacer un dibujo de tu perro, ver una caricatura, por que uno nunca es demasiado grande para disfrutar de la vida, somos los mismos niños solo que con mas edad.
Lilian.
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